Me puse el abrigo rojo que me cubría
hasta los tobillos, dejando ver apenas unas rojas botas de tacón fino. Coloqué
lentamente los guantes a juego en mis manos casi igual de encarnadas por el
frío y terminé de abrigarme calándome un gorro de lana, como no, rojo. ¿Os he
dicho ya, cuánto me gusta el color de la pasión?
Antes de coger el coche para ir a
casa y después de una dura jornada laboral, me puse rouge de Chanel en los
labios; regalo de cumpleaños de alguien que me conoce bien.
Cinco minutos más, y estaría en casa
con el pijama puesto y disfrutando de algún buen asesinato en la tele, mientras
leo alguna preciosa historia de amor que lo compense.
Me detuve un momento ante el pasadizo
de los garajes. Escuchaba la voz de mi madre “no vayas por el túnel, que puede
ser peligroso”.
Prometo que mañana le hago caso. Sí,
yo soy esa que en la película de terror va la bodega cuando hay un psicópata
suelto. El miedo y yo no nos conocemos, para lo bueno y para lo malo, porque
eso me hace ser imprudente en ocasiones.
Llegué sin problemas a la puerta del
ascensor de mi edificio. Pero tengo otro problemilla y es que la luz no capta
mi metro y medio. Por tanto no se enciende, lo que debería hacer que ni loca
pase por allí de noche ¿verdad? Pues no. Estar a oscuras a las once de la noche
en un pasadizo de un garaje de tres edificios, no es motivo suficiente para
asustarme.
Así es que allí estaba yo, a oscuras
esperando el ascensor, cuando oí primero un golpe seco y después un grito
aterrador, proveniente de una voz profunda y masculina.
Giré la cabeza con curiosidad y el
ceño algo fruncido. Esperaba no tener que salvar a nadie de una caída por las
escaleras o algo así, estaba muy cansada.
Entonces distinguí la figura de un
hombre muy grande, probablemente de origen africado, vestido con ropa oscura y
que se apretaba con fuerza el pecho.
-¡Joder que susto me has dado! ¿Qué
haces aquí a oscuras? -me gritó.
-Erase una vez en que Caperucita Roja
asustó al lobo feroz -respondí.
-Muy graciosa –contestó. Escuché un
ding, se abrieron las puertas y entré en el ascensor.
-Ten cuidado, me he encontrado con
Blanca Nieves en la entrada y está de mal humor –le dije mientras se cerraban
las puertas.
Por un momento me pareció ver brillar un colmillo en la oscuridad...
Cualquier parecido con la realidad es absolutamente cierto. Mi vecino André sigue odiando mi abrigo rojo.